jueves, 22 de abril de 2010

Cuando dos personas discuten, buscan tener la razón. Buscan persuadir a la otra con sus ideas, con distintos mecanismos.
Cuando uno conoce a esa persona la ataca por su lado más débil. Le nombra aquellas cosas que más le gustan, que más odia, que más le atraen... El problema no ocurre cuando no hay vuelta de tuerca, sino, cuando la discusión ya adquiere otro rumbo.
Ya no sé intenta convencer a la otra persona, sino, se involucran temas pasados, temas más bien personales. Las discusiones dan ese pie para que uno exprese aquellas cosas que tenía guardadas. Esa ira, bronca y adrenalina que se libera cuando uno le dice a la cara todo lo que piensa, lo vuelve más impulsivo... A veces, ese impulso es bueno, a veces, malo. A punto de explotar, uno libera todo de golpe. Expresa todo lo que piensa y siente sin ningún filtro.
Ahí es cuando la discusión se complica... cuando los egos de dos personas se interponen ante la realidad. Ya no importa discutir lo que uno cree, convencer al otro, importa ganar. Destruír el ego ajeno. Demostrar que uno es mejor que el otro... Es una guerra a matar o morir. Una guerra vergonzosa

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