lunes, 13 de julio de 2009

El minotauro y las mariposas

Soy un minotauro. Un verdadero minotauro. El único. Hasta no hace mucho vivía en mi isla que era redonda como una naranja. O mejor dicho, como una media naranja que flotaba boca arriba, en el mar. Mi isla, como los gajos de una naranja, era un gran laberinto.
En el centro vivía yo. Nadie se animaba a entrar a mi isla. Me tenían miedo Decían que me comía crudas a las personas. Tenían razón. De haber venido alguien, me lo hubiera comido porque me molestaba la gente más que las moscas. Con mis cuatro musculosas patas de toro aplastaba las hierbas que crecían sin mi permiso. Y con mis brazos fuertes como los de un levantador de pesas derribaba con solo tocarlos a los que no me caían simpáticos. Me gustaba estar solo. En silencio, tirando en el pasto verde de mi isla redonda como una naranja, disfrutando del sol. Mirando las mariposas. Mirando como volaban juntas y después se separaban y se volvían a juntar.
Me quedaba dormido mirándolas. Pero un día me desperté con una sensación rara. No era hambre ni sed, ni frío ni calor. Y sin embargo parecía todo eso junto ¿Que era lo que me molestaba? ¿Seria que el pasto había crecido más oscuro de lo que yo lo había autorizado?
No. No era eso. Era como si tratara de recordar algo que había olvidado. Un vacío. Un hueco en el estomago. Al día siguiente, cuando el sol quemaba como un fuego y yo volví a tirarme sobre el pasto verde de mi isla redonda como una naranja a mirar las mariposas, tuve la primera sospecha. Por supuesto que no le hice caso. Pero al otro día volví a tirarme en el pasto verde a mirar las mariposas.
Y también al día siguiente. Cuando me di cuenta de que estaba convertido en un perfecto papanatas que miraba mariposas tirado en el pasto verde de una isla redonda como una naranja, no tuve más remedio que admitir la verdad. Todavía me da vergüenza decirlo.
Parecía mentira que a un Minotauro tan serio como yo le pasaran esas cosas, pero no había dudas: me había enamorado. ¿Podía enamorarse alguien como yo? ¿Como era posible que un Minotauro tan rudo e inteligente como yo necesitara querer a alguien? ¿No era suficiente con quererme a mi mismo? Mil veces me hice esas preguntas tan cursis y ridículas como una flor de plástico. Y nunca me las conteste. En cambio, como soy un Minotauro práctico, en lugar de llorar por mi desgracia, hice algo mejor: escribí mi primera carta de amor de mi vida, la metí en una botella y la tire al mar. Durante la semana siguiente, días tras día fui tirando al mar una botella.
Vivía en Babia, distraído, bonachón. Me picaban los mosquitos, me tragaba moscas, metía las patas en todos los agujeros. ¡Que ridiculez! Por suerte, después de una semana alguien respondió mi llamado. Era una vaca amarilla. ¿Voy a recibirla o dejo que me encuentre y me hago el sorprendido? ¿Me peino para atrás o con la raya al costado? ¿Que le digo primero? Un revoltijo de preguntas me llenaba la cabeza y me paralizaba. Hacia un paso a la izquierda, después otro a la derecha y terminaba en el mismo lugar. ¿Que le digo primero? Finalmente decidí peinarme con la raya al medio, lavarme los dientes y ponerme desodorante. Era la vaca más hermosa que había visto jamás. Y avanzaba sobre su balsa, como un sol desde el horizonte. Fui a esperarla a la playa con un ramo de flores lilas.
Ella me agradeció comiéndoselas de un solo bocado y a mi se me aflojaron las cuatro patas. Cenamos, le mostré el laberinto y caminamos a la luz de la luna. Mientras caminábamos yo iba juntando coraje para pedirle que se casara conmigo. Cuando había juntado bastante como para pedírselo, ella dijo: -¡Me voy! -¿Pero, pero.. Por qué? -Porque odio cocinar. Y a vos seguro que te gustan las papas fritas. -Si-dije yo. -¿Y la ensalada de remolacha y huevo duro? -¡Me encanta! -¿No ves? -me dijo-. Si me casara con vos tendría que pasarme el día cocinando. Y después me dijo: -Mejor me busco un novio que coma pasto igual que yo. Y se volvió a su balsa. Me quede mirándola hasta que se perdió en el horizonte como un atardecer. Entonces pensé: "¡El amor duele!" En los días que siguieron no hice más que tirarme en el pasto verde de mi isla redonda como una naranja a mirar como se amaban las mariposas.
Por suerte alguien encontró otros de mis mensajes. Cuando vi la vela de un barco que se asomaba en el horizonte, el revoltijo de preguntas volvió a desorganizarme la cabeza: ¿Voy a recibirla o dejo que me encuentre y me hago el sorprendido? ¿Me peino para atrás o con la raya al costado? Finalmente decidí peinarme con la raya al medio, lavarme los dientes y ponerme desodorante. Era la muchacha más hermosa que jamás había visto. Ariadna se llamaba. Me agradeció las flores con un beso en la mejilla. Y a mi se me aflojaron las cuatro patas. Cenamos, le mostré el laberinto y después caminamos a la luz de la luna. Mientras caminábamos yo iba juntando coraje para que se casara conmigo. Cuando sentí que ya había juntado bastante y estaba por proponerle casamiento, dijo: -¡Me tengo que ir! -¿Pero, pero.. Por que? -No puedo quedarme -dijo Ariadna con la voz tan dulce como una flauta-. Si me quedara nos enamoraríamos, nos pondríamos de novio, nos casaríamos y tendríamos hijos y seriamos felices comiendo perdices. Pero yo siempre quise tener una hija equilibrista. ¿Y como haría nuestra hija para caminar sobre la cuerda floja? ¿No se le enredarían las cuatro patas?
No supe que decirle. Mientras veía como el barco de Ariadna se perdía en el horizonte sentí que mi corazón se iba llenando de agujeros.
Entonces pensé: "¡El amor duele!" ¿Como había llegado a este estado an lamentable? ¿Como a mí, al feroz, inconmovible y temido Minotauro se me podía escapar una lagrimita al mirar un par de mariposas? ¡Que espantoso papelón! Yo, que había sido dueño y señor de mi isla, donde nadie podía entrar o salir sin que yo lo supiera, ahora no me enteraba de nada. Pasaba los días en el pasto verde de mi isla redonda como una naranja mirando a las mariposas y llorando. Llorando, si, porque empezaba a darme cuenta de que mi amor era un amor imposible. No me querían las vacas. No me querían las mujeres. Estaba condenado a vivir solo. Tan llorando estaba yo con mi corazón agujereado latiendo con tristeza, tirado en el pasto verde de mi isla redonda como una naranja, que sinceramente no la oí llegar. Era una Anfisbena. -¡Que desilusión!- grito una de las cabezas haciendo viborear su lengua de dos puntas-. ¡Yo pensé que iba a encontrar un Minotauro fornido y apuesto, orgulloso, brioso, vigoroso, violento, impetuoso, altivo, majestuoso! -¡Hercúleo!- aporto la otra cabeza -¿Y en cambio que? ¡Un despojo de Minotauro! -¡Blandengue como un flan! -¡Un romántico llorón! En otro momento una sola de esas palabras hubiera bastado para que la matara sin piedad. Pero levante los ojos, vi que la Anfisbena me miraba como se mira llover cuando uno tenia pensado ir a jugar al parque, baje los ojos y seguí llorando. -¡Que desencanto! ¡Igual que aquella otra!- dijo la Anfisbena. -¡Tal cual!- chillo la otra cabeza -¿Que otra?- reaccione -La Minotaura- dijo la Anfisbena. -¿Que minotaura? ¿Si yo soy el único Minotauro, el verdadero Minotauro! ¡Si no existe otro Minotauro más que yo! En ese momento la Anfisbena le dio un ataque de risa. Sus dos bocas se abrían y cerraban como un par de castañuelas. Se retorcía de tal forma que pensé que iba a quedarse seca ahí nomás. Pero al rato se le paso. -¿Que es lo que te causa tanta gracia?- le pregunte. -¡Las pavadas que decís! -¡Las mismas pavadas que decía aquella otra!- dijo la Anfisbena. En otro momento esa falta de respeto le hubiera valido la muerte. Pero la deje pasar. ¿Y si fuera cierto? Yo vivía encerrado en mi laberinto donde nadie se atrevía a entrar. No sabia nada de lo que sucedía afuera de mi isla redonda como una naranja. ¿Y si realmente había alguien como yo? Un calorcito me empezó a recorrer el cuerpo. Un poco nervioso, me acomode el pelo con la raya al medio, me sacudí los pastitos y pregunte: -¿Y donde vive ella? -¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!- dijo la Anfisbena con la voz más odiosa que nunca-. ¡La información tiene su precio! En ese momento sentí ganas de ahorcarla, pero me aguante. -¡Queremos conocer el centro del laberinto!- dijeron entusiasmadas las dos cabezas. Las lleve. Yo soy el único que sabe salir del centro del laberinto. Una vez ahí me dijeron que para encontrar a la Minotaura tenía que navegar siempre hacia Occidente. En el primer descuido de la Anfisbena me escabullí y escape. Y como dije antes, soy el único que sabe salir del centro del laberinto. Feliz con mi pequeña venganza, me peine, me lave los dientes, me puse desodorante y me hice a la mar. A medida que avanzaba hacia Occidente y no podía ver otra cosa más que el azul turquesa del mar, me fue creciendo la duda. ¿Y si había sido una mentira lo de la Anfisbena? El mar no era el lugar mas apropiado para un Minotauro como yo. Por suerte, al quinto día pude ver una isla, era como media naranja flotando boca arriba en el mar. Enseguida supe que era la media naranja que buscaba. Ella me estaba esperando en la playa, peinada con la raya al medio, perfumada, con un ramo de albahaca para mí. Cenamos, me mostró su laberinto y caminamos a la luz de la luna.
Mientras caminábamos ella juntaba coraje para preguntarme si me quería casar. Cuando junto lo suficiente como para preguntármelo, me adelante y le dije: -¿Te casarías conmigo? Y esa fue la historia. -¿No es verdad, mi amor? -La pura verdad- dijo la Minotaura tirada en el pasto verde de su isla redonda como una naranja mirando revolotear un par de mariposas.

"De unicornios e hipogrifos", Sandra Siemens

Son aquellas personas que siempre están para brindarte una mano, que te bancan en los peores momentos, que te dicen la verdad por más dura que sea. Que confían plenamente en vos, y te otorgan la suficiente confianza para que vos también confíes en ellas, que jamás te defraudan, que te apoyan en todas tus decisiones. Que con solo unas palabras, un beso, un abrazo, logran hacerte sonreír, que te conocen mejor que nadie. Que te alegran las mañanas, las tardes y las noches. Que te ayudan a resolver tus problemas por más difíciles que parezcan. Que te incentivan a dar ese primer paso pero a la vez, están para amortiguar la caída. Que te otorgan los mejores consejos y te escuchen aunque sea la décima vez que escucharon esa historia. Por eso y mucho más, es que las amo tanto. Gracias por todo mejores amigas

jueves, 9 de julio de 2009

Feliz cumpleaños Mariano Roger

En este día tan especial, te deseo lo mejor.
Gracias por alegrarme cada día con tu música, por hacerme llorar y sin conocerme, ayudarme a solucionar mis problemas.
Gracias por ser una persona tan especial.
Gracias por ser parte de eso llamado Babasónicos, que forma una gran parte de mí.
Su música significa mucho en mi vida.

Gracias Mariano Roger